Obra por Jacquelinne Castro

Desde siempre los seres humanos viajan o se desplazan. En todos los grupos sociales y civilizaciones ha pasado que unos se van y otros se quedan. En este espacio hablaremos de dos ejemplos clásicos plasmados en la literatura, que ayudarán a ver la importancia de las narraciones contadas a partir de las ausencias y los regresos.

“Viajar es regresar”, nos dice Michel Onfray en su ensayo, “Teoría del Viaje: Poética de la geografía”. En uno de sus capítulos destaca la diferencia entre ser turista y ser viajero. El primero va de un lugar a otro con prisas y capturando imágenes para subirlas a las redes sociales, confía más en el mundo digital y en las superpoderosas aplicaciones que, en lo que sus ojos están viendo y sus sentidos sintiendo.

El segundo, el viajero, abre todos sus sentidos a ese lugar, hace anotaciones a mano o bocetos en un cuaderno, se guía por su olfato y su curiosidad al siguiente destino. Experimenta en su cuerpo lo que le rodea y gesta un recuerdo que querrá relatar en una narración a sus conocidos, a sus familiares o vecinos.

Cuando el viajero regresa a casa contará estos recuerdos a los que se quedaron, y así mismo, los que se quedaron le contarán lo que pasó en su ausencia. Dependerá cómo se cuenten estas experiencias, para que haya valido la pena y se cree un diálogo que los identifique, y que, con los años, se convierta en un relato fundacional, en su historia común.

Un ejemplo que ha sido contado, millones de veces, es el regreso de Odiseo una vez que Troya ardió en llamas. Lo más bello de esta épica es que el narrador, Homero, deja a la imaginación del lector cómo se cuentan entre marido y mujer esas experiencias de 20 años de ausencia.

Hacia el final de este largo canto, Odiseo ya se deshizo de todos los pretendientes de su esposa, su hijo Telémaco, que ya es un adulto, se encargará de todo el tiradero. Mientras él, ya aseado con ungüentos, se retira a la habitación conyugal y es aquí cuando Penélope le exige a su esposo antes que nada, le cuente todo lo que pasó durante esos 20 años de ausencia. Homero solo nos dice que se pasaron horas abrazados mientras cada uno se contaba lo que había pasado esos largos años hasta que los rosados dedos de la aurora entraron por la ventana cerrando los ojos de ambos quedándose dormidos.

“Wakefield,” es otro ejemplo muy peculiar, escrito por Nathaniel Hawthorne a mediados de los 1800. Es el cuento de un hombre londinense de clase media que un día, sin mayor explicación, decide ausentarse de su hogar. Se va a vivir a la calle de enfrente de su casa y mira por la ventana las consecuencias de su ausencia. No hay aventuras ni peripecias. Su viaje es inesperado, surge de un impulso que ni siquiera él mismo planeó. No sabe cuando será el regreso, pero está decidido a ser un anónimo y apátrida.

Después de 20 años, su esposa y su hija ya se acostumbraron a su ausencia. Wakefield camina bajo la lluvia justo enfrente de su casa anterior, mira por la ventana el fuego de la chimenea y a su mujer sentada tejiendo con su frazada de siempre. Decide regresar, abre la puerta sin tocar y entra. Aquí acaba el relato.

Estos dos viajeros son completamente diferentes: Odiseo lleno de aventuras y peripecias, Wakefield un fracasado al cual, parece que no le pasó nada. Ambos se ausentan 20 años de sus seres queridos y de sus casas. Ambos y ambas tienen la gran oportunidad de ser unos héroes de sus propias vidas; dependerá de cómo y qué cuenten a su regreso. A su vez, las esposas, las que se quedaron, también tendrán mucho que contar para darse a conocer y tejer la historia de su comunidad.

Seamos los viajeros o los sedentarios, inmóviles en el mismo lugar; la invitación es aprender el arte de narrar, de contar las sensaciones y experiencias de tal manera que sea una memoria colectiva maravillosa.