Se acerca la Navidad y me surge el dilema inevitable de cada año. Hacer el menú tradicional de mi familia con recetas de la abuela o buscar una nueva receta, diversa, que también sea conocida por otras regiones o comunidades. Es como el ser y no ser de Hamlet.
Ser tradicional para que la familia se acuerde de quienes somos, de dónde venimos, y lo que valoramos desde entonces. No ser esa repetición aburrida por tan conocida. Innovar, sorprender a los comensales incorporando un nuevo platillo, un toque diferente que venga de otra cultura para integrarnos mejor a un mundo diverso y actual. ¿Cambio o permanencia?
Pierna de cerdo al pibil, untada de achiote, envuelta en hoja de plátano en vez de bacalao fue un escándalo en mi familia cuando me dio por no ser. Pero hasta el día de hoy se acuerdan que estuvo muy sabrosa y me piden la receta.
Siendo honesta, mi acto no fue de innovación sino por necesidad. El bacalao toma más de tres días en su preparación, pues hay que desalarlo, desmenuzarlo, y sazonar los muchos ingredientes que no son fáciles de conseguir. La pierna de cerdo solamente toma una mañana y es más económica. El bacalao es típico de la Ciudad de México, el cerdo al pibil es de Yucatán.
Las tradiciones son experiencias que consideramos valiosas para transmitirlas de una generación a otra. Incluyen: saberes, rituales, platillos, bailes, formas de ser, actos festivos y más. Representan una identidad regional y conectan el presente con el pasado.
Según la Fundación UNAM, “Una tradición se mantiene viva gracias a que las generaciones experimentadas transmiten las prácticas culturales a las generaciones nuevas”. Los niños reciben la herencia cultural de sus pueblos a través de la convivencia con los adultos, apropiándose así de los modos de vida de su comunidad.
Sin embargo, todos estos saberes y construcciones sociales no son estáticos, evolucionan y se enriquecen con sus nuevos miembros. Muchos de nosotros somos biculturales, y hasta multiculturales.
En esta navidad los invito a incorporar nuevos sabores y aromas. Como aquellos que probamos en otro lugar en fechas similares o, que quizás, nos platicó nuestro vecino o amigo de otro país y queremos compartir esa experiencia. También puede ser que en nuestro clan haya un miembro de otras costumbres y si añadimos una de sus tradiciones culinarias a nuestra mesa estamos enriqueciendo el patrimonio cultural del clan.
Cuando pregunté a los contribuyentes del Sol del Valle y otros amigos de sus tradiciones, sus respuestas fueron variadísimas. Geraldine me sedujo con su contestación, “En Caracas hacemos unos tamales glorificados”. En realidad se llaman Hallacas, son muy elaborados y la receta varía según la región. Se sirven con el conocido pan de jamón.
Vanessa y yo coincidimos con que el aroma a canela que se desprende de la olla del ponche de frutas es indispensable para estar en plena temporada navideña. Tanto su abuela como mi tía, lo empezaban a preparar la víspera y desde entonces esos jarritos de barro con el palito de caña de azúcar son parte de nuestro imaginario colectivo en la Nochebuena.
Caldo de camarón, lechón al horno, papas fritas, relleno de pavo, agua de horchata, espagueti, ensalada de manzana, romeritos con mole y turrones. Delicias que están dentro del abanico de los platillos tradicionales navideños. Tan variopintos como nuestros pueblos de origen. Son parte de nuestra riqueza cultural.
Sea cual sea el menú en esta ocasión, al sentarnos a la mesa estaremos uniendo el presente con el pasado, el aquí con el allá. Transmitiendo cultura y reforzando identidad en los pequeños y, también, en los grandes.
Que tu mesa esté llena de bendiciones y alegrías. ¡Felicidades!

Un ponche calientito con rajas de naranja, fresas, caña de azúcar, canela y un piquete de ron aromatizan el ambiente navideño en la Cafebrería El Péndulo en la Ciudad de México, dándole la bienvenida a la Nochebuena. Foto de Angélica Breña