Crystal Mariscal, Especialista en mercadotecnia y comunicaciones en español para Colorado Mountain College

“Cuando nos dan el asiento en la mesa, nos damos cuenta que también hemos perdido nuestra voz”, frase que entró quebrantando mis pupilas, atravesando el corazón hasta llegar al vientre y sentir que había una lágrima que se aferraba en salir. La semana pasada mientras hacía mi trabajo de editora del Sol del Valle, revisaba el trabajo (impecable como siempre) de Vanessa Porras, quien escribe “Al No Artista”. Al llegar a donde ese diamante en bruto llamado frase estaba, mis sentidos crearon una revolución.
¡Me niego a ocupar una silla en una mesa y ser callada por otras voces! No quiero perder mis motivos por perseguir los propósitos de otros que no tienen nada que ver a lo mio.
Me aterra pensar que tengo que entrar en una categoría, ser encajonada en una derecha o una izquierda, como si mis pensamientos se pudieran encadenar. No quiero pertenecer a un equipo solo por ganar “una” voz. Que ironía pensar que mi verdad es la única verdad, tanto que hablo de perspectivas y quedar enfrascada en un solo punto de vista.
Después de tanto pelear, quedar sin voz no es una opción. Tan efímero el tiempo en el que podemos ser escuchados para desperdiciarlos en palabrerías de una agenda ajena.
Me niego a ser callada, podría ser señalada y criticada, pero nunca callada. Muy a pesar de que mi cuerpo somatiza las emociones y el dolor de ellas me apaguen la voz, hablaré con las manos, mis pasos, lápiz labial y hasta con mi manera de vestir. Como latinos nuestras manos y caderas también se expresan, nuestros cabellos tienen su propio juego de palabras y los colores chillantes expresan con más pasión los más profundos sentimientos. La manera de reír es como un canto a la libertad, y hasta nuestras cejas superpobladas al fruncir el rostro parecieran nuestras montañas, pero amenazantes en hacer un terremoto.
Me niego a servir a una religión, y ser fiel a una doctrina. Creo en un Dios que me creó a Su semejanza y que tampoco está encerrado en una fórmula mágica. Un Creador que no vive en una vitrina, que solo juzga y critica. Al Dios que yo sirvo va más allá de cuatro paredes de una iglesia, y ocupa más espacio que solo una silla en una mesa. Donde incluso los Judas son invitados a ser parte de ella. Porque si Él los invita y los ama, ¿quien soy yo para juzgarlos?
¡Me niego y me rebelo a servir a una cultura! Amarla y sacar lo que más me favorece de ella, es mi manera de sacar lo mejor y pasarla a mis generaciones. No quiero toda la cultura de mis padres, pero sí hay cosas de los tiempos de mis abuelos que deseo preservar. Alzaré la voz por mi cultura siempre y cuando no sea la cultura la opresora del pueblo.
Me niego a no usar mi voz en contra de lo que pasa en las escuelas, no basta con sufrir y sobrellevar y de intentar adaptarnos a lo nuevo. Espero que llegue una epifanía celestial a cada servidor de las mesas en las escuelas dando más soluciones. Una mesa que no deseo ocupar, muy a pesar de mis hijos estar en el menú de ella.
Por último, me niego a sentarme en todas las mesas donde sea invitada, solo para que mi voz sea citada. No pelearé en sillas en las que no tengo nada extraordinario que ofrecer, y en otras no me sentaré porque mi voz se escucha con más poder desde afuera. En las que ya estoy, me niego a quedarme cómoda, y con frecuencia me recuerdo cuales son mis metas a corto, mediano y largo plazo, antes de desocupar la silla para que alguien más la ocupe. He ocupado muchos asientos en mesas donde algunos han sido ofrecidos, solo para llenar la lista de miembros. En algunos otros, he peleado por ocupar una silla y en otros más he decidido hacerlo porque me enamoro de la visión.
Cuando nos dan el asiento en la mesa, nos damos cuenta que ¡también hemos perdido nuestra voz! ¿Qué tal si hacemos una catarsis? ¿Nos dan el asiento o lo hemos tomado? Si lo tomamos, ¿fue a base de que? ¿Qué propósito nos orilló a salir de la zona de confort y buscar lugar en la mesa? Refinamos la razón, después el motivo, sin olvidar la solución. Llevamos todo esto a la mesa adecuada y si no hay tal mesa, hagámosla. ¿Qué tal si en vez de sentarnos en esas mesas tenemos que crear nuestras mesas? ¿Y si reconstruimos la mesa? Quizás esa mesa no debió estar desde el principio.
Shirley Chisholm dijo, “si no te dan un asiento en la mesa, lleva una silla plegable”, al cual me atrevo a agregar, no solo la silla plegable sino también lleva el corazón. Muchas veces hablamos desde la razón, pero los logros más novedosos salen de las ideas más descabelladas. Lleva tu esencia, y no olvides que la sopa de la boca al plato se cae al plato, porque ¿quién le va a poner el cascabel al gato?