¡Colorido y alegre! Así es nuestro México y gran parte de Latinoamérica. Tuve el honor de visitar México durante la fiesta de independencia. Pero esta vez, en lugar de viajar a una zona turista, me fui a mi pueblito. Un lugar desconocido y fuera del ambiente comercial. Mis raíces vienen de ahí y es lo que quise disfrutar y recordar.

Mi abuelo era ranchero y ganadero en un pueblito llamado Querutzeo, localizado en el municipio de San Lucas en el estado de Michoacán en México. El lugar principal de comercio local es Ciudad Altamirano en el estado de Guerrero. Son como 30 minutos en carro de Querétaro a Ciudad Altamirano. La intención de mi viaje no fue por la fiesta de independencia, solo coincidió. Mi plan era pasar tiempo con mis padrinos que viven en Ciudad Altamirano y visitar al último tío que vive en Querétaro. Así mismo fue.

Empecé el viaje por avión desde Grand Junction hasta la ciudad de México, donde me recogieron mis padrinos. Lo primero que hice al llegar a México fue, obviamente, ir a saborear la comida. Mi padrino me llevó a una pequeña fonda como a 15 minutos del aeropuerto. Eran como las 2 de la tarde y parecía que ya había pasado la hora ocupada. Nos sentamos en unas sillas viejas que estaban sobre la banqueta. El clima era templado y comenzaba a lloviznar. La fonda estaba rodeada de diferentes negocios de todo tipo y dos hombres echaban talacha a sus carros justo al lado.

La angosta calle te obligaba a ganarle el turno a los carros para cruzar. “Con cuidado hijo” me dice mi padrino al ver un carro acercarse mientras cruzábamos. Antes de ordenar preguntamos qué es lo que quedaba del día, ya que la comida era hasta agotar existencias. Al final probé un huarache de carne y unas quesadillas de huitlacoche y de chorizo; sin duda deliciosas. Así empezó la travesía.

Agarramos camino rumbo a Ciudad Altamirano. Queríamos avanzar temprano porqué no es recomendado viajar de noche por cuestiones de seguridad. En el camino encontramos carreteras repletas de baches y de vendedores ambulantes en cada parada. Cuando todavía nos faltaban como 3 horas para llegar, los baches hicieron muy bien su trabajo y nos poncharon dos llantas. Tuvimos que parar al lado de la carretera por muchas horas esperando ayuda. Aquel lugar era hermoso; lleno de pinos y vegetación variada.

El aire se sentía puro y el bosque lleno de vida. Recuerdo que me puse a grabar un audio para recordar los sonidos después. Terminamos pidiéndole una llanta de refacción prestada a un taxista y un amigo de mi padrino trajo otro carro para transportarnos. Al final se nos hizo noche y llegamos a Ciudad Altamirano como a la 1:30 de la mañana. A pesar de las advertencias de no viajar de noche, nos fue bien y no tuvimos otros contratiempos. Al llegar, aunque ya era tarde, fuimos por unos tacos para cerrar bien la noche. Estábamos cansadísimos.

Al siguiente día empecé a saludar a nuestros amigos de tantos años. Más que amigos y padrinos, son extensión de mi familia. Como siempre, fue una recibida de lo más caluroso. Es una alegría llegar y sentir que la distancia y los años parece que hicieron pausa desde la última vez. Fueron abrazos, canciones, tragos, comida y amor lo que se sirvió toda la semana.

La región es pobre. Oprimida por la delincuencia y olvidada por un gobierno que solo ve por sus intereses personales. Pero la gente es noble y de un corazón de oro. Lo más palpable es el amor familiar. El apoyo con el que se sostienen. Todo el mundo trabaja largas jornadas para poder salir adelante, pero con entusiasmo. Lo otro que noté es que no hablaban de lo que carecen, sino de las bendiciones que tenían.

El área donde estuve es todo un paraíso, lleno de frutos y vida salvaje por doquier. México es un país tan rico y abundante en naturaleza y talento humano. Nuestra gente, a pesar de todas las adversidades, salen adelante.

Lo que me quedó como aprendizaje fue ver el gran potencial que existe en su gente. No se dan por vencidos y disfrutan su lucha diaria. Ese esfuerzo es evidente y palpable cuando esa misma gente llega a un país como América. Cuando llegan con ese coraje y hambre de salir adelante, lo hacen. Llegan con solo una camisa en sus hombros y forjan nuevos caminos que llegan hasta lo más alto.

A pesar que mi pueblito es muy humilde, me enorgullezco venir de él. Mis raíces son de guerreros valientes que no se rinden ante las más grandes adversidades.