Por Gabriela Mejia
Me llamo Gabriela Mejia, y tenía tan solo seis años cuando viví uno de los momentos más emocionantes de mi infancia en Tegucigalpa, la capital de Honduras. Era mi cumpleaños, y todos mis amigos y familiares se habían reunido en el patio de la casa de mi abuela para celebrar. El sol brillaba en el cielo, y una colorida piñata en forma de estrella colgaba en lo alto en una rama de árbol, esperando a ser rota.
Pero antes de llegar a ese emocionante momento, había una parte igualmente especial, la creación de la piñata en casa junto a mi familia. Durante días, mi abuela, mi madre y yo nos sumergimos en la tarea de hacer y decorar la piñata.
Usando cartón, papel periódico, papel de colores brillantes y pegamento, comenzamos a dar forma a la estrella. Cada una de las cinco puntas requería paciencia y habilidad para que quedaran perfectas. Me encargaba de aplicar el pegamento, mientras mi madre y mi abuela sostenían las piezas en su lugar. Juntas, trabajábamos como un equipo, riendo y compartiendo historias mientras nuestra creación tomaba forma.
Después de que la piñata estuvo completamente ensamblada y seca, comenzamos a decorarla. Con pinceles y pintura, le dimos vida a la estrella con colores vibrantes y patrones llamativos. Cada detalle era importante, y mi abuela me enseñaba cómo hacer que la piñata fuera aún más hermosa.
Luego llegó el momento de llenar la piñata con tesoros. Fuimos a la tienda de dulces del vecindario, donde elegí los dulces y juguetes que quería compartir con mis amigos. Había tamarindos, caramelos de coco, chicles de colores, Duvalin, dulce de leche y pequeñitos juguetes. Delicias muy queridas en Honduras.
Finalmente, llegó el gran día de mi cumpleaños, y todos estábamos listos para la fiesta. Después de comer y cantar “Las Mañanitas” con un delicioso pastel hecho por mi mamá y abuela, llegó el momento de salir al patio. Era el momento que todos esperaban. Mis amiguitos ansiosos con los ojos llenos de emoción rápidamente se reunieron afuera en una fila a la par del árbol donde colgaba la piñata. La música de marimbas y guitarras llenaba el aire, y los adultos listos para tomar fotos. Mi papá con una sonrisa, se puso junto a la piñata, sosteniendo la cuerda en sus manos. El comenzó a elevar y bajar la piñata, haciéndola oscilar de manera tentadora frente a los niños.
Mi mama, agarro mi mano, y me puso al mero frente de la fila. Los cumpleañeros siempre van primero.
Me dio el palo y me dijo, “agárralo fuerte amor con las dos manos.” Sostuve el palo de madera con fuerza, y mis ojos brillaban de emoción mientras la multitud me alentaba con gritos y aplausos. “Dale a la piñata Gabriela” gritaban, ¡Arriba, abajo!”. Con mucho esfuerzo le daba a la piñata hasta que en el momento perfecto alcance y logre darle un golpe fuerte! Wa!
La piñata se rompió y una lluvia de dulces y juguetes cayeron hacia el suelo. Los niños se apresuraron a recoger sus tesoros, riendo y compartiendo entre sí, parecía como si fueran un montón de hormigas locas buscando comida. Yo estaba radiante de alegría, feliz por haber completado el desafío y emocionada por los dulces que había obtenido.
Mis amiguitos también tomaron su turno y cada vez que se rompió la piñata salían las hormigas hasta que el último confite se encontró y la piñata ya había cumplido su función.
La celebración continuó con música y baile, y los adultos se unieron a la diversión. Las deliciosas aromas de la comida tradicional Hondureña llenaban el aire mientras todos disfrutábamos de tamales, baleadas y deliciosos platillos caseros.
Al caer la noche, la celebración llegó a su fin, pero la memoria de ese día especial quedó grabada en mi corazón y en el de todos presentes, especialmente porque este cumpleaños sería mi última celebración en Honduras antes de mudarnos a los Estados Unidos.
En Honduras igual como en otros países latinos, la tradición de las piñatas sigue siendo una fuente de alegría y conexión para las familias. Cada golpe en la piñata es un símbolo de celebración y unión, y yo, con tan solo seis años, había demostrado que era parte de una tradición que continuaría llenando mis días de momentos especiales y recuerdos felices, tanto en la creación de la piñata en casa, como en la emoción de romperla en la fiesta.
Gabriela E Mejia, multipotencialista hondureña, es una mujer del Renacimiento. A la edad de 5 años, su amor por la cultura ha inspirado su viaje artístico, dando lugar a carreras como artista, profesora, muralista, diseñadora gráfica, bailarina y músico. Conoce su negocio, GEMART, colaborando con muchas organizaciones en el Roaring Fork Valley.