Josefina Mendez, Foto de cortesía

Por Josefina Mendez 

Presentar a un argentino es hacer un ensayo filosófico de la vida, ¿quien se atreve a decir qué es la vida?

Argentina es mística de su ego, contrariada de sus sentimientos, curiosa de atreverse a todo, simple y caótica como el mismísimo amor, poética que sueña y flamea, romántica de dulces amaneceres, trágica como un semáforo indeciso, esplendida como una buena copa de Malbec, arrastrada como quien disfruta del dolor, caprichosa como la marea, loca demente de sustantivo.

Argentina es un kilombo.

Por eso ser argentino es ser un experimento único e irrepetible. Adolescentes de conquistas, como todo Americano a penas 200 y tantos años libre de invasores. Sus criollos de a caballo recibieron en 100 años millones de inmigrantes, principalmente refugiados de la 2da guerra mundial, europeos, judios, nórdicos rusos, alemanes, españoles, franceses e italianos. También llegaron de a pie de Uruguay, Paraguay, Bolivia y toda Latinoamérica. De todo ese multicultural blend nacieron los argentinos.

Buenos Aires es un pedazo de París, de Roma y Londres, sus bares, sus calles incluso sus árboles, son un espejo de la vieja civilización, pero tanto inmigrante y poeta hizo que la ciudad quedara hipnotizada y hechizada de nostalgia y sentimiento. El porteño no vive, siente la vida, ni la bombonera ni el monumental cantan, laten, el artista no cuenta su historia, vive desnudo sobre el mantel que pone en la vereda, haciendo de su escenario un show que no duerme.

Vivimos del buen vino, del asado en familia, los mates con amigos de la infancia y formamos amistades que se asemejan a la familia de corazón cuando emigramos a otros lados.

Creemos saber todo o por lo menos opinamos de todo. Nos encanta abrazarnos, gritarnos, morimos en el fútbol y nacemos en cada gol de Messi, nos sentimos Dios porque el Papa es argentino y la albiceleste tiene los colores del cielo, nos redimimos en el bandoneón de Astor Piazzola, un Mozart contemporáneo que inventó cómo despedir a un padre con su composición “Adios Nonino”, nos creemos potencia mundial porque tenemos los glaciares como parte de una de las maravillas del mundo, nos sobran mares, montañas, llanuras verdes, desiertos blancos, trigo, soja, arroz, petróleo, sin embargo nos gusta el barro, el desamor y vivir en la añoranza eterna del “quizás” y del “tal vez”.

Cubrimos un territorio inmenso de música y matices profundos. Profanamos sin miedo los ritmos de la tierra, cautivamos las emociones más sinceras. Somos tango, folclore, cuartetazo y cantamos las canciones del Rock Nacional como si fuéramos coristas de alguna banda de Charly, Fito, Spinetta o Cerati. No le tenemos miedo al llanto, menos aún a las derrotas, al fracaso, ni al amor y al cultivo de recuerdos, no nos dejamos abrazar por el olvido, lo invitamos en cada guitarra y cada partitura.

De entre todas esas avenidas coloridas de Buenos Aires nací yo, oriunda de una familia jazzera, víctima de un padre que amaba la mano derecha de Oscar Peterson y que pasaba tiempo sentado mirando la nada mientras escuchaba a Eladia Blazquez en su “Honrar la Vida”.

Podría decir que Argentina es una pieza única de un rompecabezas multicultural, que ama el buen gusto y desvela la magia del cantor enamorado de la vida.
Argentina, mi gran amor.

Buenos Aires, de donde vengo, mi querida y furiosa ciudad!

Porteña de nacimiento, 19 de marzo de 1979, es la menor de una familia numerosa. 

Josefina trae en su ideología y formato musical un particular gusto por la fusión, uniendo estilos que van desde el swing, bossa nova y latin jazz; tangos y boleros son siempre bienvenidos. Canta en Inglés, Portugués y Español.