En Movimiento - Geraldine Pichardo

Crecer en un hogar catolico, como la mayoría de los latinos, me ha envuelto en una cantidad de rituales religiosos; en especial para las fiestas decembrinas. Uno de estos es la corona de adviento.

Pero el caso es que no siempre fue así. Recuerdo tener ocho o nueve años, y acercarme al patio de mi casa materna, y preguntarle a mi papa si Dios existía.

Desde niña he observado la vida con meticulosidad filosófica. Siempre he querido saber el porqué de las cosas y cuál es la lógica detrás de lo que quizás es inexplicable.

Pasado los años de mi niñez a mi temprana adultez, decidí salirme de todo tema catolico y buscar una filosofía de vida que se adaptara con mis condiciones de pensamiento.

He ahí cómo llegué al Budismo de Nichiren Daishonin. Lamentablemente, fracasando a penas al año de esta inmersión. Siendo joven y fluctuante en mi perspectiva de vida, la filosofía no se adaptó completamente a mis pensamientos y desistí.

En un tiempo de mucha ambigüedad y apatía espiritual, me encontré sumergida en relaciones familiares difíciles, ya que no encontraba una manera de comunicarme. He así como mi retorno al catolicismo llega, como el retorno del hijo pródigo, gracias a un encuentro en terapia en búsqueda de mejorar la relación con mi padre.

Nuestra relación no estaba haciendo click en los espacios que yo quería que funcionara y me di cuenta que era importante para mi mantener un diálogo saludable con mi papá. Un día divagando e investigando en cómo rezar el rosario, nos hablamos por teléfono, mi padre y yo, y él me guío diciendo, “ven y recemos el rosario juntos”.

No dijimos una palabra que no estuviese relacionado con el ritual de hacer el rosario.

A medida que se volvió un tema cotidiano, haciendo FaceTime y rezando, comenzamos a hablar de temas más sosegados. La vivencia en Venezuela, de mi abuela, recuerdos de infancia, sus historias de niño, o simplemente una reflexión espiritual.

Mientras esto sucedía, me daba cuenta que me conectaba mucho más con quien soy y de donde vengo. Esas llamadas para hacer el rosario, se volvieron un enlace entre él y yo, y comenzaron a disiparse las discusiones y los problemas.

Nuestra relación de padre e hija mejoró y la comunicación entre los dos tuvo un vuelco importante. Pero lo más grande que me trajo del todo, fue mi percepción actual del tema religioso.

No creo que sea necesario pertenecer a una religión para tener paz o conciencia espiritual. Tampoco creo que exista un ente dimensional que a través de un juicio nos condene o premie con la vida eterna después de la muerte.

Para mi, el cielo y el infierno se viven en el dia a dia; en la forma que vemos y actuamos ante la vida. El comportamiento que tenemos hacia con los demás y con nosotros mismos.

Está en observar que vivir en el cielo es tener alegría, paz, amor en tu entorno. Y que vivir en el infierno es tener condicionamientos, ataduras, sosiego, mentiras y tristeza.

El catolicismo en particular, y sus rituales, abrió un puente en mi relacionamiento familiar, y me recordó, vívidamente, de lo que es ser latina, y en ver el viaje que he recorrido. Me regreso a un hogar emocional y espiritual, que me hacía mucha falta. Fue el camino que necesitaba para darle sentido a muchas otras cosas en mi vida. Para continuar siempre en movimiento, no por el dogma, sino por la cercanía a mis raíces.

La corona de adviento, en particular, es un ritual que conmemora los primeros cuatro domingos antes de la llegada del niño Jesús. Los cuatro domingos de adviento, y el inicio del año litúrgico en la iglesia católica.

Nos reunimos todos en la mesa, cenando unas hallacas, con pan de jamón (comida navideña venezolana) y al finalizar encendemos una vela morada. Es el conjunto de lo que somos en un acto de simple compañía familiar. Es emotivo.

Marca la llegada del principio del final de año, y nos recuerda de un lugar en la memoria donde la familia, cual sea su forma, es lo más preciado que tenemos.

La moraleja de esta historia es sencilla. Cualquiera que sea el camino que necesites para unificarse con tus seres queridos, tómalo, porque vale la pena. En el camino, te darás cuenta que habrán otras cosas de ti, que pensastes tenías olvidadas, y solo te hacía falta desempolvarlas.