19 de abril de 1955 – 26 de febrero de 2022
Heitor Hissashi Nakagawa, de Basalt, se despidió de una vida que, según sus palabras, fue mejor vivir por “la calidad de los años que por la cantidad”. Dios estaba juguetón cuando creó a este hombre de gran corazón que se comportaba como un niño.
El mayor de cinco hermanos, todos ellos nacidos y criados en Brasil de padres japoneses, Heitor tenía un fuerte sentido de la responsabilidad hacia su familia. Sufría de sed de viajes y no iba a ceder a la presión cultural. En lugar de seguir el plan de sus padres de mudarse a Japón para encontrar trabajo, decidió dejarse el pelo largo, escuchar Creedence Clearwater Revival y comprarse una moto. Convenció a sus padres de que seguramente aprendería inglés si se mudaba a Estados Unidos y que, con el tiempo, llegaría a Japón. A los veinte años, con unos cuantos dólares y unas cuantas palabras en inglés, llegó a Huntington Beach, California. A sus hijos les encantaba escuchar la historia de cómo sólo comía hot dogs en esas primeras semanas debido a sus limitados conocimientos del idioma, y probablemente porque era lo único que podía pagar. Pasó varios años lavando platos y escalando puestos en varios restaurantes japoneses. Al igual que muchas personas que acaban haciendo de este valle su hogar, sólo tenía intención de quedarse a trabajar una temporada. Pero se quedó y trabajó en Takah Sushi en Aspen durante años. Cuando se cansó de la industria de los restaurantes, empezó a trabajar por su cuenta como jardinero y paisajista. Durante los primeros años en Aspen tuvo una pequeña clientela y siguió practicando su inglés viendo la televisión. También aprendió a esquiar por su cuenta, sin importarle que sólo tuviera sus pantalones de mezclilla Levis y algún equipo viejo que probablemente consiguió al lado de un contenedor de basura. Su firme ética de trabajo y su actitud positiva le hicieron ganar rápidamente muchos clientes. En 1986, tanto Heitor como su primera esposa dirigían incansablemente un negocio que llegó a ser muy rentable. Pronto tuvo que contratar a más personas para que le ayudarán a dirigir el Servicio de Mantenimiento llamado Nakagawa’s. Convenció a su hermano menor, Satoshi, y a su mejor amigo, Ademar, para que se mudaran a Aspen desde Brasil para ayudarle a llevar la empresa. Cuando Heitor no estaba recorriendo la ciudad quitando la nieve de las carreteras y caminos de Aspen, o moviendo rocas y tierra en su cargadora compacta (su lugar feliz), siempre estaba ayudando a sus familiares y amigos en todo lo que podía. Dedicó mucho tiempo a ayudar a la comunidad de inmigrantes a encontrar un lugar en este valle, proporcionando puestos de trabajo, comida y vivienda, o incluso ayudando a muchos en el complicado proceso de obtener la residencia. Siempre se podía encontrar a Heitor con su sombrero de cubo, o preparando su famoso pollo en su parrilla de carbón. Decir que era el alma de la fiesta es poco. Podías contar con él para hacer un chiste corto, para bailar como un loco en público, para cantar a todo volumen aunque desafinara y para compartir generosamente su buen tequila con todo el mundo. Amaba a los niños no solo por sus nietos, sino por todos los niños que conocía. Sus propios hijos le querían mucho, pero a veces querían apretarle el cuello cuando decía cosas escandalosas, sobre todo para provocar una reacción en ellos. Por ejemplo, cuando sus hijas empezaban a salir, Heitor se aseguraba de sacar sus espadas samurái de la vitrina para enseñarselas a los chicos que venían. Decía: “En el antiguo Japón estas espadas cortaban cabezas, así que no toquen a mi hija”.
Amaba este país con todo su corazón, y a menudo expresaba que se sentía más americano que japonés o brasileño. Creía en el Sueño Americano, recordandole a sus hijos que sólo en Estados Unidos podía un joven llegar con unos cuantos dólares y mudarse a Aspen, hacer crecer un negocio, dar empleo a decenas de personas, comprar múltiples propiedades en el valle de Roaring Fork y en el extranjero. Siempre estuvo agradecido por sus clientes en este valle, por sus empleados que trabajaban duro y a los que siempre trató como a su familia, y por este país que, según él, le dio todas las oportunidades para vivir bien.
Heitor era un padre, marido, hermano, tío, abuelo y amigo de todos.
En honor a su espíritu generoso, considera hacer una donación a una organización de alimentos como Lift-Up.