Juanma graba su historia en el estudio de Circa 71 Production con Jennifer Johnson. Foto de cortesía

VOICES Radio Hour es presentado por VOICES en colaboración con Circa 71 Productions. Esta serie forma parte del último proyecto de VOICES en respuesta a nuestra necesidad intrínseca de compartir historias, unida a la misión de Circa 71 Productions de preservar los recuerdos y las historias como arqueología sagrada de nuestros seres queridos. La colaboración reúne historias bajo diferentes temas y voces de todos los ámbitos de nuestra comunidad en la hora de radio mensual de VOICES.

Mi primer beso fue de ensueño, cómo el que todo el mundo sueña, en verano, en la playa, por la noche, con una luna creciente que apenas iluminaba el cielo y el suave arrullo de las olas del mar de fondo, pero incluso si hubiera sido de otra forma habría seguido siendo de ensueño solo por haber sido mi primer beso.

Fue en el verano del ‘97, en la televisión, en las revistas del corazón y en las conversaciones de los vecinos no se hablaba de otra cosa que no fuera la muerte de Lady Di. En un tunel de París, en un accidente de automóvil, escapando de los paparazzis que la perseguían para sacarle una foto con Dodi Al-fayet, el hijo del dueño de los almacenes Harrods.

Yo tenía 15 años, acababa de comprarme mi primera guitarra con mis ahorros y un dinero que mi abuela me había regalado. Mis dedos se movían todavía tan torpemente por el cuello de la guitarra cómo, aunque todavía no lo sabía, se moverían por el cuello de la chica que iba a darme el primer beso. 

Ella se llamaba Tanya. Era muy morena, con la piel color chocolate. Los ojos negros como escarabajos de jade. Llevaba el pelo la mayoría del tiempo recogido en dos trenzas estilo Pocahontas.

Tanya no vivía en los Chocolates, aunque yo siempre la asociaré con aquella urbanización, no sé si inconscientemente, por su atractivo bronceado, o porque fue allí donde la vi por primera vez. Los Chocolates era un residencial de vacaciones con las paredes pintadas de color café de ahí el apodo. 

Tanya estaba en la piscina de los Chocolates, el día que la conocí. Me gustaría decir que hubo magia, una química especial, fuegos artificiales, mariposas en el estómago de Tanya cuando me vio, pero lo dudo. A mí si me impresionó su figura atlética, su hermoso cuerpo moreno, su precioso pelo negro ensortijado en las trenzas que goteaban mientras tomaba el sol tumbada en el borde de la piscina. 

Una amiga de Tanya, la Peque, hizo de intermediaria. No sé como, pero la peque leyó en mis ojos el interés por Tanya sin necesidad de que yo dijera una palabra. La peque acordó una cita doble para mi primo y para mí. Yo me enrrollaría con Tanya, mi primo se enrrollaría con Azahara.

No recuerdo muchos detalles de todo lo que pasó aquella noche. Recuerdo el mar, una noche cálida de mitad del verano. Las luces y la música a lo lejos del chiringuito de playa. El olor a sardinas asadas. El olor a salitre y a yodo de la arena. Recuerdo las estrellas que estuvimos mirando durante mucho rato. Recuerdo que había un poco de luna, pero no lo suficiente para vernos bien.

Tanya, Azahara, mi primo y yo nos escurrimos entre las barcas de pescadores que descansaban en la arena con la panza hacia el cielo. Como si todo estuviera coreografiado, mi primo y Azahara se sentaron a un lado de una de las barcas, y Tanya y yo en el otro. 

Yo estaba muy nervioso, hasta allí me había dejado llevar, por mi primo, por la peque, por Azahara, por la mano de Tanya. Pero en ese momento, sentía que por la razón que fuera, el siguiente paso lo debía de dar yo. ¿Pero cómo? Todo lo que sabía de besar a una mujer se limitaba a lo que había visto en las películas.

Después de unos instantes de incertidumbre, Tanya masculló algo como, “si no empiezas tú, me voy, porque yo no voy a empezar”.

Aquella frase, me llenó de más nerviosismo y ansiedad. No sé de donde reuní las fuerzas, ni qué o quién condujo mi boca en la penumbra hasta colocarse justo enfrente de los labios de Tanya, que al principio me recibieron mudos, pero que poco a poco empezaron a coordinarse rítmicamente con los míos. Era completamente absurdo y a la vez absolutamente maravilloso.

Era como si millones de años de evolución coreografiaran aquel momento. Aquel primer beso, no era ni mucho menos un primer beso, era el resultado de miles de millones de besos encadenados, había sido el fruto de cientos de generaciones que en algún momento en este vacío cósmico, habían sentido esa misma pulsión, que les había llevado a una playa, a la orilla de un río, al fondo de una cueva, debajo de un árbol, para unir sus labios a los de otro.

Me sentí extraño y ridículo con la lengua metida en la boca de otra persona mientras pensaba todo esto.

¿Qué estaría pensando ella? No tuve mucho más tiempo para averiguarlo.

Escuchamos un ruido, las figuras de Azahara y mi primo se recortaron delante del mar y supimos que todo había terminado. Azahara y Tanya se agarraron de la mano y se fueron sin despedirse.

No volví a ver a Tanya ese verano, ni volvería a verla nunca. Todavía me pregunto qué pensó ella aquella noche. Si ese instante la marcó tanto como a mí. Si yo fui su primer beso. Si le dejé un buen recuerdo. Si cuando en cenas de amigos le preguntan por el primer chico al que besó, contará una historia similar a esta.

Juanma Martin es profesor de español en Colorado Rocky Mountain School. Es de Almería, en el sur de España, y vive en el valle del Roaring Fork desde 2012 con su esposa y sus dos hijos.