Criticas - Hector Salas

Por Hector Salas-Gallegos 

Desde que empecé esta columna, mi objetivo ha sido compartir mis experiencias como hijo de inmigrantes que creció en el valle. Espero que aquellos que crecieron conmigo, o quienes están creciendo aquí ahora, puedan encontrar algo con lo cual identificarse. De igual manera, espero 

que los padres de personas como yo puedan obtener un poco de información sobre la vida de sus hijos. Claro, mi historia no es la historia de cada niño latino, pero espero que mis reflexiones nos inviten a explorar qué significa ser latino en el valle, particularmente en el contexto de la inmigración y la experiencia del inmigrante. 

Tengo Trastorno de Ansiedad Generalizada. Creo que proviene de un trauma generacional con el que estoy lidiando. Cómo latino de segunda generación, muchas de mis preocupaciones y miedos surgen del dolor cultural, el ser pionero y la identidad. Pero, sobre todo, se manifiesta como un profundo miedo al fracaso. 

No un miedo que te inmoviliza y te consume por completo. El miedo al fracaso del que hablo te impulsa; te hace querer mantenerte tan lejos como sea posible del fracaso, al punto que estás dispuesto a sacrificar tiempo, estabilidad mental y salud física para mantenerte lo más alejado posible. 

Desafortunadamente, este miedo está entretejido en mi tejido espiritual. Luchar contra él es inútil, porque apaciguar la culpa y la vergüenza del fracaso solo dura un tiempo antes de que vuelva desde su latencia para recordarte que eres perezoso, que no haces nada, que eres un ingrato ‘no sabo.’ Cuanto más tiempo logras silenciar el miedo, más aterradora es su resurrección. Volverá algún día, como si nunca se hubiera ido, tal vez mientras lavas los platos, o mientras lees. Quizás mientras estás al teléfono con mamá. 

He identificado que este sentimiento proviene de la idea de que lo que sea que llegue a ser, debe valer el esfuerzo que conlleva la experiencia del inmigrante. En esencia, si mis padres trabajaron tan duro para llegar a donde están hoy, entonces es mi deber esencial justificar ese trabajo lo mejor que pueda. No solo eso, sino que, dado que el trabajo que mis padres hicieron fue tan duro y tan importante, debo mostrar mi gratitud con una trayectoria ascendente impecable. 

¿Cómo me atrevo a desperdiciar esta oportunidad? Otros trabajan mucho más duro sólo para tener la oportunidad. ¿Por qué te acomodaste? 

Pero déjame decirte un secreto. Puede ser la cosa más pesada que carga a diario, pero también es el motor V12 que impulsa mi corazón, llevándome a trabajar más rápido, empujar más fuerte y apuntar más alto que cualquier otro en cualquier sala. Mi mejor trabajo profesional proviene de noches largas de profundo autodesprecio y momentos de miedo.

Solía ver esta parte de mí como, mi torturador. Pero recientemente he entendido que esta parte de mí solo está tratando de ayudar. Así que en lugar de someterme a esta parte de mí, he aprendido a intentar tratarla con suavidad y respeto. 

La parte de mí que me impulsa a evitar el fracaso es parte de quien soy. La parte que me infunde este miedo, en última instancia, solo tiene miedo. 

Se manifiesta de manera diferente en cada uno de nosotros. Pero al hablar con muchos de mis compañeros de primera y segunda generación, ese miedo está presente, y todos nos identificamos con el temor en algún nivel. 

Si descubres que esta parte de ti—la parte que siente miedo—es difícil de amar, recuerda que aún es parte de ti. Al igual que la alegría que proviene de nuestro legado. La ira, la esperanza, la tristeza, las bromas, la comida, el idioma. 

Hoy en día, creo que la vida consiste en tener estas cosas que a veces nos hacen daño y a veces nos ayudan dentro de nosotros, y encontrar una manera de amarlas. Y cuando aprendemos a manejarlas con amor, no con odio, es cuando podemos conectarnos verdaderamente unos con otros.