Al No Artista - Vanessa Porras

Por Vanessa Porras
Artista existencial 

El mundo del arte puede parecer muy elitista, reservado solo para aquellos a quienes se les han otorgado ciertos privilegios. Ya sea un estatus económico, social o académico. Cuando pienso en el prototipo de persona que frecuenta las aperturas de exhibiciones de arte, se me viene a la mente el crítico gastronómico de la película Ratatouille, con su camisa negra de cuello de tortuga, sus pequeños anteojos balanceándose sobre su gran nariz puntiaguda mientras mira todo de reojo con desdén. 

Años atrás cuando aún era educadora de arte en el museo de arte de Aspen (AAM por sus siglas en inglés), uno de los problemas que intentábamos resolver era: ¿Como mejor integrar a la comunidad latina y hacerla sentirse bienvenida e incluida? Una gran parte de mi trabajo era desarrollar programas de divulgación para ampliar el conocimiento artístico y enriquecer las vidas de los visitantes del museo. En muchas ocasiones, dado a que el viaje hasta Aspen podía ser complicado (por falta de tiempo o transporte), llevaba el arte fuera del museo y directamente a la comunidad. 

Personalmente, el arte era algo que me hacía muy feliz y me tomaba muy en serio mi papel en ayudar a tender el puente entre el arte y la comunidad hispanohablante. Durante un taller de inclusión y divulgación, Stacey Shelnut-Hendrick, en ese entonces directora del departamento de educación en el museo Crocker Art Museum en Sacramento, California, nos contó una historia de una mujer afro-americana muy humilde que había vestido su mejor atuendo, incluso consiguiendo pieles y joyas, cuando se le invitó a visitar un museo de arte que hasta ese momento no sabía que era gratis. Ella sentía que era un gran honor haber sido invitada porque pensaba que solo aquellos que gozaban de riquezas podían entrar en un establecimiento tan importante como un museo de arte.  

Esa historia se me quedó muy marcada porque la primera vez que puse pie en el AAM, también me sentí como que no debería estar ahí. Lo que cambió mi forma de sentir fue que Michelle Dezember, en ese entonces directora del departamento de educación, estaba guiando un recorrido en español a un grupo de personas hispanohablantes que titubearon al participar, inseguros de su interpretación del arte contemporáneo de Chris O’fili quien usaba excremento de elefante en sus pinturas. En ese momento decidí que quería trabajar con Dezember y con la comunidad hispanohablante. 

A pesar de haber durado varios años intentado desarrollar estrategias para que la comunidad tomara interés, nada parecía tener efecto y me sentí frustrada. En mi ignorancia, pensé que tal vez en México y por ende el resto de latinoamérica, ir al museo y contemplar arte no era algo que se acostumbraba. En muchos de mis programas la participación era mínima, y si acaso llegaban a participar, era como si sus mentes estuviesen en mil otros lugares a la vez, balanceando mentalmente mil quehaceres. Muchas de mis participantes eran madres o abuelitas que se quedaban en casa cuidando de varios niños y a la vez asegurándose de que la cena estuviera lista para cuando los hombres llegaran del trabajo.  

Cuando viaje a la Ciudad de México, me tocó visitar el Museo Soumaya, una institución cultural sin fines de lucro cuyo fundador es Carlos Slim. De acuerdo a la Fundación Carlos Slim, el Soumaya, “tiene por vocación coleccionar, investigar, conservar, difundir y exponer testimonios artísticos de México y Europa”. 

Durante mi investigación sobre el museo, The Guardian citó a Slim, diciendo que el museo sería gratuito hoy y siempre y que una de sus motivaciones para centrarse en el arte europeo era darle a los mexicanos que no tienen medios económicos para viajar a Europa la oportunidad de ver obras que de otro modo sería imposible. De acuerdo a la Fundación Carlos Slim, el museo ha recibido a 12 millones 502 mil visitantes.   

En pocas palabras, Slim ha llevado el arte a la gente y lo ha hecho accesible. Ese día, el museo estaba lleno, gente que se movía de un piso a otro, de una obra a otra. Vi a una joven en una área reservada pintando una réplica a escala 1:1 de la estatua de David, recorridos con guías, miles de turistas, habitantes y mexicanos del resto del país. 

No estaba tan errada al pensar que el arte es un lujo, pero si estaba mal en pensar que no hay interés. Es cierto que en muchas ocasiones habrán porteros, gente lo querrá hacer exclusivo. El problema sigue siendo la accesibilidad y el lujo de hacer lo que uno quiera con su tiempo.

En el valle Roaring Fork en particular, no es cuestión de costumbre, sino de tiempo. El tiempo se dedica a aquello que es importante en el momento, como trabajar para mantenerse a flote económicamente, asegurarse de que los niños estén bien y que la familia esté alimentada. Se pierde mucho tiempo, incluso varias horas al día en el viaje de la casa al trabajo. Pero algo está seguro, el arte es para todos, no importa dónde estés, ni quien seas, si tienes la oportunidad y el lujo del tiempo, visita galerías, contempla el trabajo de alguien más, ya que fue hecho para ti también.