Al amor se le escribe y se le describe, por si las dudas, no vaya a ser que Cupido se equivoque.
Al amor se le saluda, se le da la bienvenida y se le invita a ponerse cómodo.
Al amor se le abraza y apapacha. Como a la vida, se le disfruta y se le agradece cada día, porque uno nunca sabe.
Al amor se le dice que sí y “adelante”. Porque no hay nada más bonito que dejarle entrar y sembrarle un jardín. Arroparlo con el alma y verle florecer en cada poro de la piel.
Al amor se le escucha aún en la profundidad del silencio, porque a veces sus respuestas pueden ser avasalladoramente silenciosas.
Al amor se le honra, como se honra lo que es bueno y verdadero.
Con tantos rostros como colecciona la memoria: La primera sonrisa que te recibió en el mundo, la primera mascota que abrazaste, un amanecer soleado, un cielo azul, las incontables primeras veces que te hicieron consciente de la grandeza de estar viva. Una certeza llena de incertidumbres, que nos arroja a los brazos de la esperanza, de la gratitud y la empatía.
Y es que del amor nace el amor, inequívocamente. Ya bien lo dijeron los Beatles, “todo lo que necesitas es amor”. ¡Qué revelación! el darse cuenta de que si lo que quieres es recibir amor, primero tienes que darte amor, sentir amor, vivir el amor desde bien adentro hasta que se te desborde. No hay otra manera. Somos lo que (nos) damos, y lo que nos inunda.
Y de ahí partimos, para no solo abrirle la puerta a lo que llega, sino para saber elegir al amor bonito. El amor que no es tu otra mitad, sino una extensión de tu amor propio. No, el amor no es tan solo compañía, es un bálsamo que te va curando las heridas. Un camino para dos, en la individualidad y en el respeto, pero sobre todo en la plenitud de tu persona. A ese amor hay que darle la bienvenida que se merece.
Muchas veces filosofamos sobre los distintos tipos de amor, las ramas de ese árbol inmenso con raíces profundas en nuestra misma humanidad, de nuestra espiritualidad. Y nos preguntamos ¿qué es, al final de cuentas, el amor? ¿Un sentimiento o una acción, una palabra o una ilusión?
El hilo de vida que vamos tejiendo: la cuna de nuestros hijos, el lecho compartido, el caudal de palabras, canciones y poemas cuidadosamente elegidos, la telepatía que brota de la complicidad. El amor eres tú mismo. Con esa capacidad infinita de creer, de levantarte, de volver a sonreír, a confiar, a vivir en plenitud.
El amor también son los patrones que conservamos o rompemos a lo largo de nuestro camino; las elecciones que tomamos para reconocer que el amor es ternura. La inmensa fortaleza de la delicadeza. Y tal como hacemos con todo lo que es delicado, debemos tratarle como a algo precioso e irrepetible, algo a lo que hay que guardarle a veces de nuestras propias debilidades.
El amor es el resultado de la suma de nuestros anhelos y nuestras realidades divididas entre dos perspectivas.
Pero, ¿cuántas vidas tiene el amor? Tantas como sean necesarias para evolucionar, crecer, aprender y retomar bríos. Porque el amor es la permanencia en el cambio. Un camino nuevo que ya antes habías recorrido. Nacido del anhelo más profundo de dos almas: dos miradas que se buscan con la ilusión de encontrarse.
¿Serán acaso tus ojos los que me lean el resto de mis días?
Entre risas y simbolismos va naciendo un sentimiento compartido. En el silencio mismo. En la tierra fértil del deseo y la caricia, del beso y el secreto (a voces) que va creciendo y no deja rincón intacto.
Tú y yo. Tuyo. Mío.
Como fruto que va madurando y, cada vez más dulce, se transforma en pulpa y jugo. Y alimenta. Motor de vida, combustible de soñadores y poetas.
Celebremos pues la esperanza, el anhelo, la fuerza inmensa de ese sentimiento. Personalmente, hoy como cada día, festejo y agradezco la suerte de encontrarme en tu mirada, el nacimiento de nuestra historia combinada, de tus manos forjando nuestros cimientos, de mis latidos guiando nuestros pasos. Que mi amor tenga nombre y apellido.