Al no artista - Vanessa Porras

Hace varios años atrás leí el libro “Fahrenheit 451” por Ray Bradbury. Desde esa primera vez recuerdo vívidamente el pasaje al principio del cuento, cuando Guy Montag conoce a una chica curiosa llamada Clarisse McClellan que le cuenta sobre las carteleras.

“¿Ha visto [las carteleras] de sesenta metros que hay fuera de la ciudad? ¿Sabía que hubo una época en que [las carteleras] sólo tenían seis metros de largo? Pero los automóviles empezaron a correr tanto que tuvieron que alargar la publicidad, para que durase un poco más”.

Poco antes de contarle sobre las carteleras, McClellan le revela a Montag su sospecha de que los conductores no saben como es la hierba o las flores porque nunca las han visto detenidamente. Solo identifican una mancha borrosa y verde como la hierba. Lo reta y apuesta a que él no sabía que por las mañanas la hierba está cubierta de rocío.

Me impactó leer un libro escrito en el año 1953 ya que parecía profético. Muchas de las observaciones y críticas ante la sociedad se habían manifestado y continúan desarrollándose. La imagen en mi mente de carteleras de esa inmensidad era impresionante pero peor aún, imaginarme un futuro donde la gente no conoce cómo son las flores me llegó como una daga al corazón.

Los anuncios publicitarios son diseñados para hacer que su audiencia se sienta conectada con el producto que se está vendiendo o promocionando. Detrás de estos anuncios, hay mucha psicología de por medio que tiene el poder de manipular diferentes estados emocionales.

Típicamente, cuando vemos un producto de lujo, como un reloj Rolex incrustado con diamantes, la emoción que esto invoca podría ser el deseo. Similarmente, al ver un anuncio de caras sonrientes en cuerpos tonificados divirtiéndose en una playa, nos podría hacer analizar nuestra propia felicidad e incluso dudar de ella.

Muchas de las aplicaciones de redes sociales son participantes en esta manipulación emocional. Es importante entender que la palabra manipulación se refiere a la explotación o control sobre alguien a favor de un individuo o en muchos casos a favor de corporaciones.

El influenciar el comportamiento de alguien no es sinónimo a la manipulación aunque se necesita cierta influencia para poder manipular a alguien. La influencia no es necesariamente algo negativo, siempre y cuando uno esté consciente de ello.

El problema comienza cuando los disque “influencers” de las redes sociales se convierten en campañas publicitarias y como consumidores perdemos la noción de lo que realmente importa. Comenzamos a comparar y nos damos cuenta que no tenemos todo aquello que nos hará feliz.

“Cuando obtenga el carro último modelo entonces podré sentirme exitoso”, nos decimos, pero después del carro siempre sigue algo más y la lista nunca termina. Todos sabemos de antemano que en las redes sociales el tipo de anuncios que se consume no es el de una vida cotidiana, sino una vida de glamour.

Esto distorsiona nuestra percepción de la realidad y nuestras prioridades lo cual nos hace susceptibles a la manipulación de ciertas campañas. Pero ¿qué pasaría si nosotros lanzáramos nuestra propia campaña publicitaria? El arte es un tributo a lo ordinario y a las cosas no tangibles y tan importantes.

Hace unas semanas tuve el privilegio de charlar con la artista Hannah Stoll, cuyas obras aún cuelgan en la galería R2 de Carbondale Arts. Al observar las obras de Stoll, diría que su campaña publicitaria es para la conservación de escenas íntimas entre personas, momentos de ternura congelados en el tiempo con fondos excéntricamente multidimensionales.

Una obra en particular me hizo pensar en mi madre, lo bonito que es mirarla y sentirla mientras platicamos y reímos juntas acostadas en la cama. La emoción que invoca este tipo de campaña es la gratitud por estos momentos elusivos de gran valor.

La artista Georgia O’Keeffe tuvo una de las campañas publicitarias más grandes para las flores. O’Keeffe observaba cada ondulacion de los petalos, cada transicion de color, la profundidad de donde brotan los pistilos y la belleza de sus musas.

De forma semejante, el artista Claude Monet hizo una campaña para su jardín y su estanque de nenúfares. Monet observaba el puente sobre el estanque y pintaba desde la misma posición como las estaciones transformaban la vegetación y como la luz del día se reflejaba en el agua y cambiaba los colores de su jardín.

El arte como campañas publicitarias nos ayuda a mantener una imagen realista de la vida. Nos ayuda a apreciar lo común y corriente y nos invita a desacelerar y observar. Es crucial recordar que los anuncios a los que estamos expuestos solo recalcan las cosas con cierto atractivo y encanto pero están vacías de valor genuino y sentimental.

Al no artista, te reto a que observes el rocío en la hierba por la mañana, que bajes del auto y contemples las flores, no dejes que tu vida pase tan deprisa de un anuncio a otro, crea tu propia campaña publicitaria para aquellas cosas que realmente importan.